Las estrellas fugaces, que en astronomía conocemos como meteoros, son destellos luminosos que surcan el cielo. No son estrellas individuales, sino el resultado del ingreso en la atmósfera de fragmentos rocosos o metálicos —los meteoroides— que se encienden por la energía liberada al atravesar el aire.
Un meteoroide es un pequeño cuerpo celeste, que puede ser desde una mota de polvo hasta varios metros, y cuya procedencia más frecuente son los restos de cometas o asteroides, sobras de la formación del sistema solar. Cuando estos fragmentos son interceptados por la Tierra y se adentran en su atmósfera, generan fricción, se calientan, se ionizan a su alrededor y producen el espectacular rastro luminoso que conocemos como estrella fugaz.

Las capas donde ocurre
Estos cometidos celestiales comienzan a brillar en la termosfera, aproximadamente entre los 80 y 120 kilómetros de altura sobre la superficie terrestre.

¿Por qué rayan el cielo?
Son tantos y tan frecuentes que, en condiciones óptimas, podemos llegar a ver 10 meteoros por hora en una noche despejada; en noches de lluvias intensas como las Perseidas, esa tasa puede elevarse a 60 por hora o incluso más.
- Meteoro o estrella fugaz: un fragmento que se quema completamente en la atmósfera, generando una franja luminosa.
- Bólido (o bola de fuego): un meteoro extraordinariamente brillante, que supera al planeta Venus en intensidad. Muchas veces deja estelas persistentes, se fragmenta en varios trozos o incluso se oye una explosión.
- Meteorito: si un meteoroide es lo suficientemente grande y resistente para sobrevivir parcialmente al descenso —sin desintegrarse por completo— y alcanzar la superficie terrestre, entonces sus fragmentos se conocen como meteoritos.
Adicionalmente, hay casos excepcionales como los superbólidos; por ejemplo, el gran bólido observado sobre la Península Ibérica el 18 de mayo de 2024, que entró con extrema velocidad, brilló desde los 133 km de altitud y se extinguió a los 54 km; fue detectado por satélites y estaciones terrestres.

Los meteoroides se clasifican según su composición, reflejando los tipos de meteoritos que podrían alcanzar el suelo:
- Condritos: rocosos, con inclusiones primordiales del sistema solar.
- Acondritos: rocosos, pero sin esas inclusiones —más como rocas ígneas.
- Metálicos: ricos en hierro y níquel.
Este material proviene mayormente de:
- Cometas, que dejan tras de sí una estela de polvo y fragmentos al sublimar al aproximarse al Sol.
- Asteroides, que pueden generar fragmentos por impactos.
Una lluvia de meteoros ocurre cuando la Tierra intercepta una corriente de detritos dejados por un cometa (o a veces un asteroide). Al atravesarla, numerosos meteoroides entran en la atmósfera casi simultáneamente, incrementando notablemente la tasa de meteoros visibles.

Algunas lluvias conocidas:
- Perseidas («Lágrimas de San Lorenzo»): asociadas al cometa Swift-Tuttle. Actividad visible de mediados de julio a finales de agosto, con un pico entre el 9 y el 14 de agosto, alcanzando 60 meteoros por hora o más.
- Leónidas: procedentes del cometa Tempel–Tuttle. Aunque suelen ser moderadas, cada ~33 años pueden generar tormentas con miles de meteoros por hora.
- Dracónidas: nacidas de 21P/Giacobini-Zinner. Suelen observarse en los primeros días de octubre, desde el atardecer, con tormentas históricas (1933: hasta 345 meteoros por minuto).
¿Qué ocurre cuando un meteoroide entra en la atmósfera?
- Entra a gran velocidad, típicamente entre 11 y 80 km/s, dependiendo de su órbita.
- La fricción con las moléculas de aire calienta el meteoroide, creando una capa ionizada. Esta incandescencia es lo que vemos.
- A medida que desciende, la ablación (vaporizarse por calor intenso) desgasta el meteoroide hasta desintegrarse casi por completo o fragmentarse, dependiendo de su masa y composición.
- El brillo alcanza su máximo y luego decae; si quedan fragmentos lo bastante grandes, estos podrían aterrizar como meteoritos.
- Los meteoros también dejan rutas de ionización en la atmósfera, que pueden persistir minutos y, curiosamente, servir para reflejar señales de radio —algo utilizado en comunicaciones por radioaficionados.
Imagina esta escena: una noche clara, alejado de las luces de la ciudad, y de repente una línea fugaz atraviesa el cielo. Hay algo profundamente íntimo y fugaz en esa experiencia, un destello diminuto que nos conecta con fragmentos del pasado del sistema solar, viajando por siglos para cruzar un segundo nuestro cielo…



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