Desde que empecé a mirar el cielo, una de las imágenes más maravillosas que ha capturado mi imaginación ha sido la de una estrella fugaz surcando la noche. Ese destello breve, silencioso, que aparece sin previo aviso y desaparece con la misma fugacidad con la que llegó, ha sido fuente de historias, supersticiones y preguntas científicas durante milenios. Pero ¿qué es realmente lo que estamos viendo cuando una estrella fugaz atraviesa el firmamento?
En este artículo quiero compartir lo que sabemos sobre los meteoros, meteoroides y meteoritos. Intentaré explicar no solo su naturaleza física, sino también su origen, su comportamiento en la atmósfera terrestre, su composición, y su importancia tanto científica como cultural. Como astrónomo, he tenido la fortuna de observar lluvias de meteoros desde lugares remotos, y cada vez que contemplo esos destellos efímeros siento que el universo me recuerda cuán dinámico y conectado está todo.

Empecemos por la nomenclatura. La palabra «meteoroide» designa a un cuerpo menor, un fragmento sólido que vaga por el espacio. Según la Royal Astronomical Society, su tamaño varía desde aproximadamente 100 micrómetros hasta 50 metros de diámetro. No es una definición rígida: distintas organizaciones y estudios pueden adoptar umbrales ligeramente diferentes, pero esta es una guía útil.
Estos fragmentos proceden de múltiples fuentes. Muchos son el residuo de la formación del Sistema Solar: sobras cósmicas que no llegaron a formar planetas ni lunas. Otros se originan en colisiones entre asteroides, o son despedidos al espacio desde cometas que, al aproximarse al Sol, liberan material en forma de polvo y fragmentos más grandes. Los meteoroides, por tanto, son viajeros del tiempo, testigos del pasado remoto del sistema planetario.
Existen tres grandes tipos de meteoroides, que corresponden con los tipos principales de meteoritos (los fragmentos que llegan a tocar la superficie terrestre): condritos (rocosos, con inclusiones primitivas), acondritos (también rocosos, pero sin esas inclusiones, más similares a rocas ígneas) y metálicos (ricos en hierro y níquel). De ellos hablaremos en profundidad más adelante.
La mayoría de estos fragmentos se mueven en órbitas heliocéntricas, es decir, giran alrededor del Sol. Muchas de estas órbitas se concentran cerca del plano de la eclíptica, que es el mismo en el que orbitan los planetas. Y no es casualidad: la física orbital, y especialmente la influencia gravitacional de cuerpos como el Sol y Júpiter, actúan como filtros dinámicos, atrapando o desviando a muchos de estos meteoroides.
Cuando uno de estos cuerpos intercepta la Tierra en su trayectoria, se convierte en un meteoro. Es decir, deja de ser un simple objeto errante en el espacio para transformarse en un fenómeno observable desde nuestro planeta. El meteoro es el efecto luminoso que percibimos cuando el meteoroide entra a gran velocidad en la atmósfera terrestre. Esa interacción, causada por la fricción con el aire, genera temperaturas elevadísimas que calientan al meteoroide hasta hacerlo incandescente. Es lo que comúnmente llamamos estrella fugaz.
Este proceso ocurre entre los 80 y los 120 kilómetros de altitud, en la región de la termosfera. Las velocidades de entrada varían significativamente: desde los 11 km/s de los más lentos hasta los 72-80 km/s en los casos más rápidos. Estas cifras pueden parecer abstractas, pero representan una colosal cantidad de energía cinética. A medida que el meteoroide desciende, la densidad atmosférica aumenta y con ella la fricción, intensificando el calentamiento.

Cuando el calor generado alcanza cierto umbral, comienza la ablación: la masa del meteoroide empieza a desintegrarse. Esto no ocurre de forma homogénea. Algunas partículas son expulsadas como átomos o moléculas individuales. Otras lo hacen en forma de chispas sólidas o fragmentos más grandes que se desprenden por las tensiones térmicas y mecánicas. La luminosidad que vemos no depende tanto de la masa del meteoroide como de la energía con la que interacciona con la atmósfera.
El color del meteoro depende tanto de su composición química como de las reacciones que ocurren en la atmósfera. Por ejemplo, el sodio produce un brillo amarillo anaranjado, el magnesio azul-verde, el hierro emite luz amarilla, el calcio ionizado puede generar matices violetas. Incluso el nitrógeno y el oxígeno atmosféricos participan: el primero puede generar tonalidades rojizas cuando es excitado por el paso del meteoro.
De hecho, el análisis espectroscópico de meteoros es una herramienta poderosa para conocer la composición química tanto del meteoroide como de la atmósfera superior. Se han desarrollado espectrógrafos especialmente adaptados para captar estas emisiones fugaces, que permiten no solo identificar elementos sino también estimar temperaturas y densidades.
En algunos casos, el meteoroide no se desintegra del todo. Si su masa es lo suficientemente grande, una fracción residual puede sobrevivir a la ablación y alcanzar la superficie terrestre. En ese caso hablamos de un meteorito. La mayoría de los meteoritos que se encuentran en la Tierra tienen tamaños pequeños, del orden de centímetros o menos, y su detección depende del lugar de caída. En regiones áridas como los desiertos o en la Antártida, donde el contraste con el entorno facilita su localización, se han recogido miles de ejemplares.

Cuando se trata de partículas minúsculas que no brillan al entrar en la atmósfera, hablamos de micrometeoritos. Estos pueden acumularse en techos, océanos o glaciares, y forman una lluvia constante de material cósmico que llega a la Tierra todos los días, en una proporción que se estima en varias decenas de toneladas diarias.
Ahora bien, cuando muchos meteoros se observan en una misma noche, y parecen provenir de una misma región del cielo, hablamos de una lluvia de meteoros. Esto ocurre cuando la Tierra atraviesa una corriente de meteoroides que sigue la órbita de un cometa o asteroide. El punto en el cielo del que parecen emanar los meteoros se llama radiante, y suele llevar el nombre de la constelación donde se encuentra: por ejemplo, las Perseidas (asociadas al cometa Swift-Tuttle) parecen emanar de la constelación de Perseo.

Cada lluvia tiene un periodo de actividad bien definido. Las Perseidas, por ejemplo, se observan entre finales de julio y mediados de agosto, con un máximo la noche del 12 al 13 de agosto. Otras lluvias destacadas son las Leónidas (noviembre), las Gemínidas (diciembre) o las Cuadrántidas (enero). La tasa de meteoros por hora en condiciones ideales (cielo oscuro, atmósfera limpia, radiante en su punto más alto) se denomina THZ (Tasa Horaria Zenital), y puede variar enormemente. En las Perseidas ronda los 80 meteoros/hora, pero en ciertas tormentas, como las Leónidas de 1998, se han llegado a contar hasta 2000 meteoros por hora.
Estas tormentas de meteoros se producen cuando la Tierra atraviesa regiones particularmente densas de la corriente meteórica, formadas por filamentos de alta concentración. En tales momentos, el cielo puede llenarse de trazos luminosos cada pocos segundos, ofreciendo un espectáculo que impresiona incluso a quienes no tienen interés particular por la astronomía.
Todos los meteoros de una misma lluvia comparten características orbitales semejantes: se mueven en trayectorias casi paralelas. Desde nuestra perspectiva, esto crea una ilusión de convergencia: todos parecen salir de un punto común. Es el mismo efecto visual que se produce cuando viajamos por un túnel y las luces laterales parecen fluir desde un punto lejano.

Observar meteoros no requiere equipamiento sofisticado. Basta con encontrar un lugar oscuro, lejos de la contaminación lumínica, y tener paciencia. Con un poco de suerte, en una noche despejada y sin Luna, podemos ver decenas de estrellas fugaces cruzar el cielo. Y si llevamos una libreta o una aplicación para registrar nuestras observaciones, estaremos contribuyendo a la ciencia ciudadana. Organizaciones como la International Meteor Organization (IMO) o SOMYCE recogen y analizan estos datos.
En un sentido más amplio, cada meteoro es un recordatorio de que la Tierra no está aislada. Nuestro planeta viaja a través de un medio interplanetario lleno de partículas, fragmentos y cuerpos que comparten con nosotros la historia común de su origen. Al observar una estrella fugaz, estamos viendo una colisión entre mundos: entre lo que fuimos, lo que somos, y lo que podríamos descubrir.
Para quienes deseéis aprender más o contribuir a la observación de meteoros, os recomiendo los siguientes recursos:
- Universo Blog
- SOMYCE – Sociedad de Observadores de Meteoros y Cometas de España
- International Meteor Organization
- Catálogo de lluvias de meteoros de IMO
- Atlas BRNO para magnitudes límite y radiantes
- Guía de observación visual de meteoros
Seguir la pista a una estrella fugaz es, en cierto modo, seguir el eco de la historia del cosmos. Y esa historia sigue escribiéndose cada noche sobre nuestras cabezas…


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