¿Sabíais que todas las noches, si las condiciones lo permiten, podemos ver una parte de nuestra propia galaxia cruzando el cielo?. Todas las estrellas que vemos a simple vista en el firmamento forman parte de ella. Nosotros, los seres humanos, vivimos dentro de la Vía Láctea, así que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que somos habitantes de una galaxia. Nuestra galaxia.

Pero ¿qué vemos realmente cuando levantamos la vista al cielo nocturno? Si estamos en un lugar lo suficientemente oscuro, lejos de las luces artificiales podremos distinguir una tenue franja blanquecina que cruza el cielo de lado a lado. Es como una nube difusa, que parece suspendida en el aire. Esa franja no es otra cosa que el plano de la Vía Láctea, el disco galáctico visto desde dentro. Es la zona más densa de nuestra galaxia, y la estamos observando desde uno de sus brazos espirales.

Esa bruma es en realidad la suma de la luz de miles de millones de estrellas, tantas y tan juntas que no podemos distinguirlas individualmente a simple vista. Como si estuviésemos dentro de una rueda inmensa de luz, y al mirar por su borde viésemos la acumulación de incontables soles.

El nombre de «Vía Láctea» proviene de la mitología griega, como tantas otras cosas en nuestra cultura. Según uno de estos mitos, Hércules, el famoso héroe de fuerza sobrehumana, era hijo de Zeus y de la mortal Alcmena. Pero claro, como solía ocurrir en los relatos mitológicos, la esposa legítima de Zeus, la diosa Hera, no estaba precisamente contenta con los devaneos amorosos de su esposo. Y mucho menos con la existencia de Hércules.

Para que Hércules pudiera alcanzar la inmortalidad, tenía que ser amamantado por una diosa. Así que Zeus, aprovechando un descuido, acercó al bebé dormido hasta el pecho de Hera mientras ella también dormía. Pero la diosa se despertó sobresaltada y apartó bruscamente al niño. La leche divina se derramó entonces por el cielo y quedó esparcida como una estela luminosa: la Vía Láctea…

Así, el cielo nocturno quedó marcado para siempre con la huella de aquel acto mitológico. Una historia hermosa que nos recuerda cómo las culturas antiguas trataban de explicar los misterios del cosmos con relatos llenos de simbolismo.

Durante siglos, la humanidad contempló esa franja lechosa sin saber con certeza qué era. No fue hasta el siglo XVII cuando Galileo Galilei, apuntando su telescopio hacia la Vía Láctea, descubrió lo que realmente había allí: una multitud de estrellas tan numerosas y tan distantes que, sin instrumentos ópticos, parecen confundirse en una única mancha difusa.

Fue uno de esos momentos en los que nuestra visión del Universo dio un salto inmenso. Comprendimos que el cielo no estaba decorado con unas pocas luces dispersas, sino que formábamos parte de una gigantesca estructura cósmica compuesta por un número asombroso de estrellas.

Más adelante, en el siglo XVIII, el astrónomo William Herschel se propuso contar esas estrellas y elaborar el primer mapa galáctico. Usando recuentos estelares, Herschel creyó que el Sol se encontraba en el centro de la Vía Láctea. Era una conclusión lógica, pero equivocada. Solo veíamos más estrellas en ciertas direcciones porque el polvo interestelar nos impedía ver más allá en otras zonas del disco.

Hasta principios del siglo XX, se pensaba que la Vía Láctea era todo el Universo. Era el “todo”. Pero pronto se rompió esa idea. El astrofísico Edwin Hubble, estudiando la luz de la “nebulosa de Andrómeda”, demostró que esa mancha celeste no era una nube de gas dentro de nuestra galaxia, sino una galaxia independiente, situada a más de dos millones de años luz de distancia.

Galaxia de Andrómeda, M31. Créditos: NASA, Hubble

Aquello fue una auténtica revolución en la astronomía. De pronto, la Vía Láctea se convirtió en una galaxia más, entre muchas. Hubble descubrió que existían otras islas cósmicas, otros conjuntos de miles de millones de estrellas, flotando por el espacio profundo. De hecho, no eran unas pocas, ni unas cientos. Eran miles de millones.

Así, pasamos de pensar que habitábamos todo el Universo, a entender que solo somos un pequeño rincón de una galaxia modesta, en un mar cósmico infinitamente más vasto.

¿Cómo es nuestra galaxia?

La Vía Láctea tiene una estructura compleja, pero podemos simplificarla en tres partes principales:

El bulbo central

Es la región central de la galaxia, un núcleo densamente poblado de estrellas, sobre todo de color amarillento, lo que indica que son estrellas más viejas. En el mismo corazón del bulbo se encuentra Sagitario A*, una potente fuente de ondas de radio. Todo indica que se trata de un agujero negro supermasivo con una masa de más de cuatro millones de veces la del Sol. Ese agujero negro no lo vemos directamente, pero sí podemos detectar sus efectos gravitatorios y la radiación emitida por el gas caliente que lo rodea.

El disco galáctico

Es la parte más visible desde la Tierra. Tiene un diámetro de unos 100.000 años luz y es donde se encuentran los brazos espirales, repletos de estrellas jóvenes, cúmulos abiertos y grandes nubes de gas y polvo. Es aquí donde se forman nuevas estrellas. El material se mueve de manera ordenada, girando alrededor del centro galáctico en órbitas casi circulares y coplanarias.

El halo

Es una estructura esférica que envuelve todo el disco. Allí encontramos cúmulos globulares, agrupaciones de estrellas muy antiguas, con edades que pueden superar los 12.000 millones de años. Son estrellas pobres en metales, es decir, con pocos elementos químicos más pesados que el hidrógeno y el helio, lo que indica que se formaron en las primeras etapas del Universo.

El halo también contiene una buena parte de la llamada “materia oscura”, un tipo de materia que no emite luz, ni interactúa con la radiación electromagnética, pero cuya presencia se detecta por sus efectos gravitatorios.

Dentro de nuestra galaxia, las estrellas se clasifican según su composición química. Las estrellas más ricas en metales (es decir, en elementos más pesados que el helio) se denominan de «Población I». Son estrellas más jóvenes, formadas en regiones como el disco galáctico.

Las estrellas de «Población II», en cambio, son más pobres en metales y más antiguas. Se encuentran sobre todo en el halo y en el bulbo central. En general, cuanta más cantidad de elementos pesados tiene una estrella, más joven suele ser, porque esos elementos se van generando y dispersando por el espacio a medida que mueren las estrellas anteriores.

Así, cada estrella es también un testimonio del pasado de la galaxia. Son archivos de información, huellas de la evolución química y dinámica del cosmos.

El Sol no está en el centro de la Vía Láctea. Se encuentra más bien en la periferia, a unos 27.000 años luz del núcleo galáctico, en una región intermedia conocida como el «brazo de Orión», un brazo menor situado entre dos de los principales brazos espirales: el de Sagitario y el de Perseo.

El Sol, arrastrando con él al resto del Sistema Solar, gira alrededor del centro galáctico a una velocidad de unos 220 kilómetros por segundo. Eso significa que cada vuelta completa tarda unos 240 millones de años. En otras palabras: desde que el Sol se formó, hace unos 4.600 millones de años, ha dado unas 20 vueltas completas a la galaxia. Un año galáctico.

Mientras nosotros vivimos nuestras breves décadas sobre la superficie de la Tierra, estamos embarcados en un viaje estelar inmenso, recorriendo lentamente una órbita de decenas de miles de años luz.

Posición del Sol en la galaxia

En la Vía Láctea se estima que hay entre 200.000 y 400.000 millones de estrellas. Y esto solo contando las estrellas. A ello hay que sumarle planetas, lunas, cometas, asteroides, nubes de gas, polvo interestelar, cúmulos estelares, restos de supernovas y materia oscura.

Por supuesto, la inmensidad de estos números nos resulta difícil de imaginar. Y, sin embargo, forman parte de nuestro entorno. Nosotros vivimos aquí, en una pequeña burbuja de espacio que llamamos Sistema Solar, rodeados por esta inmensa maquinaria cósmica en constante movimiento.

Y a pesar de su inmensidad, la Vía Láctea no es una de las galaxias más grandes. De hecho, es una galaxia espiral “típica”, de tamaño medio. Galaxias como Andrómeda son aún mayores, y algunas elípticas gigantes pueden llegar a tener billones de estrellas. Nuestra galaxia forma parte de un grupo local de galaxias que incluye a unas 50 más, entre ellas las Nubes de Magallanes y la ya mencionada Andrómeda.

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Una respuesta a “Viajando por nuestra galaxia: la Vía Láctea”

  1. Avatar de Antonio Rodríguez Miravete. Juntaletras.

    Gracias por tu forma de contarlo 🙏👌

    👏👏👏

    Me gusta

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FRASES

«Somos polvo de estrellas»

~ Carl Sagan

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