Una de las cosas que más nos fascina desde siempre es la inmensidad del espacio. Cuando hablamos de kilómetros, incluso millones de ellos, la mente humana se queda corta. ¿Cómo imaginar distancias de cientos de millones de kilómetros? Es casi imposible, y por eso los astrónomos recurren a un truco muy útil: medir en minutos y horas luz ya que es mucho más comprensible.
La idea es fácil: la luz viaja a unos 300.000 kilómetros por segundo, la velocidad límite del universo. Usando este patrón, podemos traducir distancias en tiempos que todos entendemos. Así, podemos decir que el Sol está a unos 8 minutos luz, o que Neptuno se encuentra a unas 4 horas luz de nosotros.
La luz de la mañana salió del Sol hace poco más de 8 minutos. Cada amanecer es un mensaje retrasado: nunca vemos al Sol como es “ahora”, sino como era hace esos 8 minutos y 20 segundos. Si el Sol desapareciera de repente tardaríamos más de ocho minutos en darnos cuenta.

Mercurio, el planeta más cercano, está entre 3 y 4 minutos luz de la Tierra. Es decir, una señal enviada hacia allí llegaría en lo que tardas en prepararte un café.

Venus, nuestro brillante lucero, se encuentra algo más lejos: 5 a 6 minutos luz según las posiciones orbitales. Cuando lo vemos brillar en el cielo, es como mirar una postal enviada hace unos minutos.

Marte es el planeta que más curiosidad despierta. Según dónde estén la Tierra y Marte en sus órbitas, la luz puede tardar entre 3 y 22 minutos en llegar de un planeta al otro. Imagina lo que significa para las misiones espaciales: cada orden enviada a un rover marciano tiene un retraso de hasta 22 minutos. No hay margen para maniobras improvisadas; todo debe estar programado con precisión.

Júpiter se sitúa a 53 minutos luz. Cuando observamos sus bandas y su Gran Mancha Roja, lo hacemos casi con una hora de retraso. Las sondas que viajan allí nos enseñan imágenes frescas… de hace casi una hora.

Saturno, el planeta de los anillos, está entre 1 hora y 20 minutos luz y casi 1 hora y media luz. Enviar una señal allí significa aceptar que la respuesta tardará al menos tres horas en llegar de vuelta. Una especie de “conversación cósmica lenta”.

Urano, frío y distante, se encuentra a unas 2 horas y 40 minutos luz. Neptuno, el guardián azul del sistema solar, llega a unas 4 horas luz. Todo lo que vemos de ellos es historia: un vistazo atrasado de horas.


Plutón, ese planeta enano, está a unas 5 horas luz de nosotros. Y si seguimos hacia las sondas Voyager, hoy más allá del Sistema Solar, hablamos ya de decenas de horas luz. Estamos mirando tan atrás en el tiempo que casi sentimos vértigo.

Imaginar que enciendes una linterna en la Tierra apuntando hacia Marte. Si el planeta rojo está en su punto más lejano, ese haz de luz tardará unos 22 minutos en llegar. Es como enviar un WhatsApp a alguien… que responde 45 minutos después. Así funciona la comunicación espacial.
Medir en minutos y horas luz no solo hace más comprensibles las cifras; también nos recuerda algo esencial: mirar al cielo es mirar al pasado. Incluso al observar la Luna —a solo 1,3 segundos luz—, nunca la vemos en tiempo real. Todo en el cosmos está teñido por ese retraso…
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